Por el doctor Luis Enrique Zamora (Doctor Humano).
La recomendación acostumbrada sobre el uso de cubrebocas o mascarilla por parte de la siempre bien ponderada y heroica Organización Mundial de la Salud (OMS), es que una persona sana no debería usarlo a menos que estuviera cuidando a alguien enfermo del ya odiado y temido COVID-19 o de cualquier otra enfermedad respiratoria (la más frecuente, el resfriado común).
El otro usuario potencial es ese que por enfermedad está estornudando y tosiendo a cada rato, esparciendo el virus como alma que lleva el diablo y que, a veces, no tiene ni el más mínimo cuidado de hundir el rostro en el pliegue del brazo o, de perdida, cubrir su boca con las manos para que a la desesperada ellas sean las que se llenen de la gran cantidad de saliva y moco que salen disparados con cada estornudo.
O qué decir del tosedor que, sin pudor alguno en un restaurante, en el transporte público y en plena calle, enseña su depurada técnica abriendo la boca peor que cantante de ópera en el clímax de su interpretación, viéndose las anginas desde 3 cuadras, para después hacer su mejor esfuerzo en la loable labor de limpiar sus pulmones.
Pues bien, esto es todo lo que dice la OMS, con base a que la mascarilla es un método de barrera que funciona deteniendo las gotas de saliva (gotículas) que contienen el virus y así logra mantener a los demás, a salvo del contagio. Don cubrebocas está destinado a llenarse de nuestros fluidos respiratorios, ese es su destino, aunque en muy puntuales ocasiones, hasta hoy.
Hace ya unas semanas, con base a esas recomendaciones hice un video para mi página de Facebook mismo que complementé con algunos comentarios que dejé desperdigados por Twitter y, sintiendo que cumplí con mi deber profesional de informar, me di a mí mismo la autorización para seguir en actividad en la alcantarilla que llega a ser el internet. Pero, aun así, algo me dejó pensando. A través de las preguntas de mis familiares y seguidores de la página me era cada vez más evidente que existían huecos en la información como, por ejemplo:
«Si estoy sano no se me recomienda que use cubrebocas, y esto no cambia aunque el mundo entero esté tosiendo y estornudando y todos se me acerquen, me abracen, me den la mano o se sequen en mí, lo que a futuro solo me puede garantizar una cosa: enfermarme.
Interesante… o poco coherente 🤔».
Pasé noches en vela preguntándome eso. Días enteros sin poder comer porque, si algo no encaja en mi manera de entender las cosas, no tengo paz debido a mi actitud obsesiva que algún día probablemente me cueste la vida, lo sé. Trataré de llevar las cosas con más calma, prometo intentarlo.
¿Qué tan lejos debo estar de la gente para estar protegido?
En las últimas recomendaciones de la OMS sobre el COVID-19, está establecido que la distancia entre los enfermos y el personal de salud (en un hospital) debe de ser de 1 metro, siendo más estricto el Center for Disease Control and Prevention (CDC), con 2 metros (claro, que al momento de atender a un paciente estos límites se rebasan por algunos minutos).
Yéndonos a la calle, la distancia que se debe dejar entre personas (“Susanadistancia”, le decimos en México) se basa en lo que pueden llegar a recorrer las gotículas ante cada acceso de tos o estornudo, y sobre esto se asume que estas gotículas pueden llegar a viajar entre 6 y 10 pies (1,80 y 3 metros).
Es por esto que un margen de seguridad ante alguien que NO está enfermo y que lo encuentras afuera de tu casa, son esos 1.80 metros y, si está enfermo de la infección respiratoria que sea y esta le provoca tos y estornudos, 3 metros sería lo mínimo requerido.
Sin embargo, lo publicado en la revista médica JAMA el 26 de marzo de este año nos ha puesto a pensar bastante sobre esos márgenes, ya que encontraron que, ante un estornudo bastante fuerte, las gotículas pueden llegar ¡hasta los 8 metros de distancia!, y el margen de 3 como seguridad contra el contagio se quedaría muy corto ante un estornudador digno de campeonato.
Necesitamos a toda costa impedir que las gotículas nos alcancen en los sitios por donde más pescamos el coronavirus: ojos, nariz y boca.
También vale la pena decir que la práctica de la sana distancia que hoy tanto mencionamos se obtuvo en las décadas de los 30 y 40, por lo que, si bien sigue siendo útil, no tiene por qué no haber acusado el paso del tiempo. Y, como todo en la ciencia, el término debería tener sus muy altas probabilidades de evolucionar hacia nuevos enfoques, porque vaya que los años han pasado.
Los que se metieron a opinar
Al cubrebocas clásico (ese que el personal médico usa a diario) siempre se le ha tenido como una medida que NO tiene evidencia suficiente que justifique que es un gran protector respiratorio contra las infecciones. Los datos sobre eso son ESCASOS, llevamos muchos años así, y de ahí la OMS parte para las recomendaciones con las que empecé este artículo.
Entonces, como el mundo está completamente noqueado por una infección respiratoria para la que no hay cura y que no tiene para cuándo terminar su destructiva labor, la revista médica The Lancet le dio una nueva revisada al tema y su conclusión (a 20 de marzo 2020) es que
si los médicos los usan para evitar contacto con las gotículas de sus enfermos y también para evitar que las gotículas propias no infecten a los pacientes, (caso más claro al estar los cirujanos operando), debería ser razonable que las personas también usaran mascarillas para protegerse de los que tengan COVID-19 o cualquier otra infección respiratoria.
Esto porque ese es el mecanismo principal de contagio y porque ya hay datos que sugieren que, incluso sin que un enfermo desarrolle síntomas, puede contagiar el coronavirus. Si usamos cubrebocas y nos alejamos de las gotículas hay menor probabilidad de enfermarnos para todos. Los consensos de expertos han llegado a esa conclusión.
The Lancet dice:
«Si hay para todos, TODOS debiéramos usar mascarilla al estar fuera de casa».
«Si no hay para todos, debemos priorizar a los grupos de riesgo (mayores de 65 años o con enfermedades que los hagan más vulnerables a enfermar o morir por el COVID-19) y dejarles a ellos los cubrebocas, incluyendo junto a este grupo a los que trabajamos otorgando atención sanitaria (Los médicos y quienes laboramos dentro de los hospitales también somos grupos prioritarios)”.
(Sigue The Lancet):
“Si estás enfermo, aun dentro de casa debes usarla y, por supuesto, si es de material reusable, mejor”, concluyen.
Si te fijas, estas recomendaciones son idénticas a las de la vacuna contra la influenza: “Si hay para todos, todos se vacunan, si no, grupos de riesgo primero”.
Lo que The Lancet publicó fue el remate de lo que el British Medical Journal cuestionó a principios de marzo en su blog y que puedes leer aquí. La lectura de ambas fuentes es muy esclarecedora. Primero la del BMJ, porque plantea la confusión de las actuales recomendaciones de la OMS, y el de The Lancet porque, partiendo de ese análisis, ofrece una solución.
Entonces, ¿mascarilla sí o no?
Puede ser que la evidencia de la mascarilla tradicional como arma para protegernos de una infección respiratoria sea escasa, pero eso no necesariamente debe significar que no nos conceda un módico beneficio, sobre todo si el contagio es por gotículas principalmente.
Todo suma, y eso es precisamente lo que más nos urge hoy: medidas que sumen para disminuir el riesgo de contagio. El cubrebocas al final no tiene efectos secundarios y es una medida muy económica a cambio de este potencial beneficio (mientras no te estafen los oportunistas que te quieren vender carísimo algo que cuesta muy poco).
Por supuesto, es importantísimo que el uso de la máscara se lleve a cabo en combinación con un obsesivo lavado de manos y la sana distancia entre todos, enfermos y no enfermos. No dejes de hacerlo, si no, de poco o de nada te va a servir. Manos sucias y toqueteos en la cara aumentan tu probabilidad de contagio si te expusiste.
Tampoco te vayas a la quiebra por comprar el más avanzado de todos.
Si no estás atendiendo personas que tengan COVID-19 cualquier cubrebocas es útil, desde el clásico azul, blanco o verde que has visto en la televisión hasta uno de tela de esos que se hacen en casa y que en estos días los encuentras a la venta en cualquier sitio.
Tal cual fue el caso del mío, que me costó USD $ 1,5 y me lo vendieron en el hospital donde trabajo. Es de tela, y por supuesto, reusable. Si es inevitable y debo atender a alguien con COVID-19, ahí dejaré de usarlo y cambiaré por el N95. Antes, no.
Como lo que se busca es obstruir el flujo de las gotículas, cualquier cosa que funcione como barrera es de utilidad: bufandas, camisetas… en fin, lo que sea que te encuentres (te lo juro, aunque te parezca increíble). Te dejo el enlace hacia el artículo del CDC aquí, sal de dudas.
Este cambio en la concepción del uso de mascarillas parte de un modelo teórico que tiene lógica y, con base a ello, es momento de usarlo ya de forma generalizada. Porque, si acaso fuera poca la protección que nos brinde, cualquier ayuda es bienvenida como medida de protección extra ante la pandemia que hoy nos azota y que tiene al mundo entero en la lona.
Yo ya tengo el mío. ¿Y tú?
Doctor Humano.
Luis Enrique Zamora Angulo, médico internista egresado del Nuevo Hospital Civil de Guadalajara, se dedica desde 2013 activamente a la divulgación en medicina. Desde su fanpage de Facebook, su canal de YouTube “Doctor Humano” y su podcast “Medicina de andar por casa” -que produce él mismo-, comparte información confiable explicada de una manera amena y sencilla, entendible para todo público.
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Fuentes:
Rational use of face mask in the COVID-19 pandemic
To wear or not to wear: WHO’s confusing guidance on masks in the covid-19 pandemic