Por Cecilia García, psicoterapeuta.
«El amor se hace más grande y noble en la adversidad».
«Lo único que me duele de morir es que no sea de amor».
El amor en los tiempos del cólera. Gabriel García Márquez.
Para cuando leas esto, estoy segura de que tendrás muchísima información acerca del COVID-19 —qué hacer y qué no hacer— y probablemente estés saturado, ya sea cognitivamente, emocionalmente, físicamente o todas las anteriores.
Ya hay expertos intentando descubrir una vacuna, muchos especialistas atendiendo a la población y mucha gente encerrada en sus casas por varias semanas ya sin saber qué les depara el futuro.
Pero NADIE, ninguno de nosotros, ha experimentado algo así antes. La humanidad sí que ha sobrevivido a guerras, masacres, crisis, fenómenos naturales y un sinfín de tragedias que definitivamente han dado un giro a la evolución de la humanidad.
Ahora hay una gran diferencia, pues la tecnología y la cercanía virtual permiten que muchas situaciones no pasen desapercibidas, incluso nos permiten hacer uso de nuestros derechos para denunciar, luchar y poder ayudar a otros.
Pero es justo esta cercanía virtual la que poco a poco fue llevándonos a una desconexión de las relaciones reales, las de carne y hueso.
Y lo que como humanidad hemos vivido, las heridas, los dolores, las separaciones, el sufrimiento y toda la oscuridad dentro de nosotros, nos llevó a la mayor desconexión de todas: con uno mismo.
En la actualidad uno puede compartir pedacitos de su vida con gente en todas partes del mundo, mientras que se nos complica mirar al de enseguida y preguntarle (con ganas de escucharlo) cómo se está sintiendo.
Ahora que la situación de salud nos obliga a permanecer en casa la crisis es, en gran medida, emocional.
Por distintas y muy variadas razones: no sabemos descansar, el trabajo y demás actividades ofrecen un espacio para evadir ciertas emociones, mientras nuestra vida era “normal”. Creíamos tener todo bajo control, podíamos pasar solo el tiempo necesario con la familia y luego planear cualquier actividad o entretenimiento para salir de la rutina y siempre existía el exterior para escapar de nosotros mismos y de quienes nos rodean.
Pero en cuarentena debemos replantearnos la vida y nuestras relaciones. Nos ha tocado convivir mucho más que antes con nuestros padres, hermanos, pareja, hijos, en familia, donde se gestan las patologías más dolorosas y donde nos vemos confrontados con nuestras raíces y heridas.
Nos damos cuenta de que también nosotros somos finitos y que esa muerte que pensábamos lejana y tranquila puede ser pronto, incluso hoy, y de una manera solitaria, dolorosa y sin poder elegir nada. Encerrados no solo dentro de cuatro paredes, sino adentro de tu piel, contigo mismo, sin las distracciones rutinarias como cine, bares, fiestas, trabajo, ni siquiera gimnasio o salir al parque.
¿Y qué sucede? Que sentimos que nos volvemos locos conviviendo 24 horas al día con esos padres que solo repitieron patrones dolorosos de sus propios padres, que nos sacan de quicio. Esos hijos que nos reflejan nuestras heridas de la infancia no sanadas. Y esa pareja que elegimos es un espejo de aumento de los conflictos sin resolver en nuestra vida.
Existe miedo, incertidumbre, dolor, apego. No sabemos cómo será nuestra economía si no podemos salir a trabajar. Tenemos un apego enorme a lo material y se nos ha enseñado a tener y a acumular, nunca a ser.
Tememos que nuestros seres queridos sean contagiados y en ese temor surge la culpa, las palabras nunca dichas, los hubiera, los resentimientos de años y años sin sanar.
Si ese ser querido muere, ¿adónde irán todos los “te quiero” no dichos y los abrazos no dados?
¿Y si me toca a mí? Hay un gran miedo a morir, natural en todos. Miedo a lo desconocido, al dolor, al sufrimiento. En realidad, es la confrontación con una vida mal vivida, a medias, siendo títeres del destino. Hemos dejado que la vida nos pase por encima en vez de tomar la responsabilidad del gran regalo de existir y hemos desperdiciado mucho tiempo en ser víctimas, anclados en el pasado o sufriendo por un futuro que no sabemos si llegará.
En realidad, la ansiedad, la angustia, la depresión, el miedo… son solo parte de ti desde hace mucho tiempo. No es la crisis lo que lo originó, solo te ha llevado a sentirte desprotegido, vulnerable, justo como al venir al mundo.
Habías puesto tantas capas sobre tus emociones que no te permitiste verlas. Es más, ¡muchos han elegido mirar hacia cualquier otro lado excepto a sí mismos!
Sanar es iniciar un camino hacia adentro. Quienes lo hemos caminado sabemos que todo es pasajero, que en todo hay aprendizaje. Para quienes nunca han estado cómodos en su propia piel es un proceso doloroso, confrontativo, atemorizante. Y no se puede estar cómodo en ninguna relación (ni en ningún lugar) si no se ha aprendido a estar sólo. Más bien, a estar con uno mismo.
En todo esto la clave es el AMOR.
El amor que nos hace permanecer dentro porque no queremos contagiar a otros, el amor que estamos todos poniendo para no volvernos locos en el encierro, el amor que nos ha hecho luchar durante millones de años por sobrevivir, el amor que viene desde muy dentro y te confronta con la muerte para que puedas valorar por fin la vida.
Ya lo dijo Gabriel García Márquez en su libro El amor en los tiempos del cólera:
«Lo único que me duele de morir es que no sea de amor».
¿Se imaginan que todos viviéramos una vida plena, llena de amor, completa, en unión y paz con todos? La muerte no sería más que un paso extra de nuestro caminar y moriríamos seguros de que lo dimos todo, lo hicimos todo, amamos con todo y, de esa misma forma, fuimos amados incondicionalmente.
No habría sufrimiento al dejar el cuerpo ni al dejar de ver con los ojos físicos a los que amamos. ¡El amor haría que todo valiera la pena! No habría remordimientos ni culpas. Sólo amor, muchísimo amor.
Este es un momento decisivo en la vida de cada uno de nosotros. Es el momento en que elegimos seguir simplemente sobreviviendo o damos el paso a una vida consciente aceptando los cambios que tengan que venir.
Es el tiempo en que dejamos de enfocarnos solo en nuestro beneficio y miramos al otro, a los otros, nos volvemos nuevamente humanos, podemos ser capaces de sentir el dolor del otro. Ya no podemos mirar hacia atrás ni evadir lo que viene surgiendo dentro de cada uno de nosotros.
No podemos ya ignorar que debemos modificar nuestras conductas, creencias, hábitos. Debemos dejar de buscar culpables y responsabilizarnos de nuestra propia sanación. Es momento de dar, pero no desde nuestras carencias.
Es momento de llenarnos, de maternarnos, de crecer emocionalmente, de darle a nuestros hijos el amor que no recibimos, a nuestros padres el perdón que tanto hemos esperado oír, a nuestras parejas la libertad de elegirnos, al otro la posibilidad de ser otro.
Y se empieza por dentro. Mira ahora todo el caos dentro de ti, las emociones contenidas dispuestas a explotar, el miedo a no estar viviendo la vida que realmente deseas vivir. Siente todo ese dolor acumulado a lo largo de los años, quítate el disfraz de víctima y sé amoroso contigo mismo.
Ve tu reflejo en cada una de tus relaciones, simplifica tu vida, florece con lo mínimo, replantea tus prioridades, toma decisiones. Cuídate, pero no desde el miedo, sino desde el profundo amor que te lleva a serte fiel, a proteger y nutrir tu cuerpo, tu mente, tu corazón y tu alma.
Deja de juzgar, deja de culpar, permítete equivocarte y caer, pero también permítete levantarte y seguir avanzando. Ahí, en ti, empieza todo. ¡¡Estás despertando!! Estás volviendo al amor.
Ya lo escribió el buen Gabo: «El amor se hace más fuerte y noble en la calamidad».
Y qué maravilla el tiempo que nos está tocando vivir. Detrás de todo el miedo, la crisis, la enfermedad y la calamidad existen los cambios, la compasión, el amor al prójimo, la ayuda desinteresada, el AMOR del que todos estamos formados ¡Y por el cual vale la pena seguir existiendo!
Seamos pacientes y amorosos. Todo pasa. Seremos más fuertes, más humanos, podremos, por fin, disfrutar del maravilloso regalo que se nos otorga con cada respiración. ¿Lo sientes? ¡Sigues aquí, estás vivo!
No esperes a que todo esto pase. Dime hoy, ¿qué vas a hacer con esta vida que respiras?
Con profundo amor y esperanza, Ceci.
Cecilia García es una psicoterapeuta mexicana egresada de la Escuela Libre de Psicología de Chihuahua con estudios y certificaciones como Coach Gestalt y Desarrollo Humano, Tanatología, Biodescodificacion, Hipnosis, Logoterapia, Esencias florales y Arteterapia. Tallerista y conferencista, trabaja presencialmente y online utilizando técnicas psicoterapéuticas y terapias alternativas para ayudar a más personas mediante el crecimiento personal y el desarrollo espiritual.
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