Por el doctor Luis Enrique Zamora (Doctor Humano).
A mediados del mes de diciembre del 2019 un virus desconocido que yacía preso en un animal apretó los dientes y decidió hacer historia de una manera sin precedentes entre nosotros. Aprovechó un hueco a través de la boca, la nariz o los ojos de una mujer de más de 50 años de edad. Se incubó, se desarrolló y después se propagó con furia hacia otros seres humanos impune y despiadado. Apuntó primero a China y, después de que se convenció que podía dominar el mundo, decidido, fue por él.
Sabía que estábamos indefensos, desnudos de conocimiento y sin ningún tratamiento que pudiera frenarlo.
Pero, como la ciencia no solo son medicamentos, sino también tecnología, se apoyó en ella y en el internet y, así, avisó tempranamente sobre el coronavirus a todos los rincones del mundo.
La velocidad del flujo de la información que hoy tenemos permitió que desde principios de enero del 2020 todos en el mundo se enteraran de lo que estaba ocurriendo en Wuhan. Mientras, China echaba a andar los mecanismos de contención contra el virus a una velocidad nunca antes vista.
Esta rapidez informativa fue el clavo ardiendo al cual la humanidad se aferró para presentar resistencia. El SARS-CoV-2 no podía ser tan rápido, y eso nos dio días de tiempo.
Todos los países recibieron la noticia, todos pudieron tomar decisiones que combatieran al coronavirus, pero no todos lo hicieron. La mesa de posibilidades se dividió en números y colores; y en la ruleta por la vida cada país apostó por el método que mejor se ajustó a sus recursos, a sus características, a su política.
El choque del virus contra cada uno de ellos se convirtió en una historia que será digna de analizar durante y al final de esta pandemia.
En el océano Pacífico, al suroeste, como parte de Oceanía, yace una isla que es habitada por aproximadamente 5 millones de personas: me refiero a ti, Nueva Zelanda.
En el momento de escribir estas líneas, a 21 de abril del 2020 y a casi 4 meses del inicio de la pandemia, registras 1 107 casos y “solo” 13 muertes.
Tu empeño y decisión han cosechado aplausos en todo el mundo y es tan firme tu mano al momento de decidir cómo afrontar la infección y tan buenos tus resultados, que Dinamarca, con números mucho más holgados (7,695 casos y 370 muertes), ya te aconseja que poco a poco seas flexible con las medidas que tomaste. Pero tú eres distinta y no lo harás, aun cuando los daneses lo lleven a cabo. No echarás por la borda el éxito del que tanto te ha costado presumir hoy.
Seguiste las noticias, estuviste atenta a la evolución de la infección, eras un manojo de nervios porque sabías que cuando llegara el primer caso a tierra, apostarías todo para expulsar al virus invasor. No habría tibiezas.
El día marcado en la historia en que registraste tu primer paciente positivo fue el 28 de febrero de 2020.
Dos semanas después, para el 15 de marzo, tus fronteras se cerraron. Automáticamente pusiste en cuarentena de 14 días (en un lugar específico y supervisado por el gobierno) a cualquiera que llegara del exterior, lo que te valió ser catalogada como uno de los países con medidas más duras en todo el mundo ante esta contingencia.
Solo cuatro días después, el 19, dejaste fuera de tus límites a cualquier extranjero. No era nada personal, lo hiciste por ti y los neozelandeses porque ya tenías 28 casos confirmados y el crecimiento iba a ser exponencial.
De nuevo cuatro días después, el 23, te declaraste en cuarentena total. Los pocos neozelandeses que estaban fuera tuvieron tiempo de regresar, aunque no se salvaron de aislarse una quincena. La desaparición de todos en la calle coincidió con ya 102 casos registrados y el anuncio de tu primer ministro, Jacinda Arden, quien declaró que se trataba de la restricción más estricta en toda la historia moderna de Nueva Zelanda.
A Jacinda no le temblaron las piernas: declaró al país en fase 4 y la ciudad pasó a ser un lugar fantasma, donde solo los empleados esenciales y quienes compraban comida o medicinas podían estar en la calle.
Hacer ejercicio solo fue autorizado en las inmediaciones del hogar, ni un centímetro más allá. Solo dos días después, el 25, ya tenías 189 casos y el 28 de marzo, exactamente un mes después del primer paciente positivo, registraste tu primera muerte. Entiendo tu pesar, pero créeme que era inevitable. Idealmente no está bien, pero no es tu culpa, tenía que ocurrir.
Cuando supiste que el enemigo estaba en casa tomaste todas las fichas y apostaste fuerte: tu jugada inicial fue un reto directo sosteniendo la mirada al coronavirus porque decidiste eliminar completamente la curva, interrumpir la transmisión de la infección y desterrar al virus. Porque eras consciente de tus fortalezas, pero también de tus debilidades.
Eres un país pequeño y tu sistema de salud, aunque bueno, no es vasto. Un desastre de estas dimensiones podría desbordarlo y ponerte en serios aprietos. Decidiste prevenir, costara lo que costara.
Viste todos los días el sufrimiento de la gente y el colapso de los servicios de salud de España e Italia y renunciaste a pasar por lo mismo. Decidiste que tu camino no sería el dolor humano. Porque lo económico podrá ir y venir —habrá tiempo de recuperarse y la vida seguramente volverá a ser lo de antes—, pero no te permitiste que dentro de tu gente se abrieran heridas que pudieran seguir sangrando con el tiempo, que fueran incurables. Admiro profundamente eso.
Por eso no elegiste la mitigación. De nada valía dejar que el virus continuara transmitiéndose y en el camino enfermara a personas muy vulnerables que podrían pagar con su vida el contacto contra el SARS-CoV-2.
No, lo tuyo fue la eliminación. Tienes altas probabilidades de que al final muchas de tus familias sigan contando con sus abuelos gracias a tu arriesgada apuesta.
Fuiste a lo grande desde el comienzo: cerraste fronteras, derrochaste recursos para asegurar que se tomaran una gran cantidad de pruebas diagnósticas y así dirigir sabiamente el aislamiento.
Hasta hace unos días, habías realizado al menos 51 165 pruebas, lo que equivale a un cuarto de todas las que se han hecho en el Reino Unido (208 837). Un dato sumamente revelador, ya que eres 13 veces más pequeña que la legendaria isla británica.
Usaste inteligentemente tus características geográficas: al ser una isla, controlar tus fronteras era más fácil. Pocos vuelos llegaban diariamente a contados aeropuertos. Todo tu perímetro terminaba en el mar, no dependiste nunca de las malas decisiones de algún país vecino que te afectaran directamente.
Intensificaste el lavado de manos y creaste conciencia entre la gente. Mientras, mantenías una comunicación inmediata y envidiable entre tu gobierno y tu población, como debe ser.
Otro punto que ha jugado enormemente a tu favor es que tus habitantes son en gran parte jóvenes, y eso ha permitido que resistas mejor que otros países el embiste del virus. Al menos un 25 % de tu población enferma tiene menos de 30 años.
No es un terreno fácil para sembrar desgracia para el coronavirus. Lo sabe y le molesta, le irrita, le duele.
Jacinda le dio a todos una línea telefónica para que denunciaran a quienes incumplen las reglas y, quien sea sorprendido, sabe que se irá a cuarentena bajo supervisión federal y no a su casa. La elección es más que obvia.
Pero no solo has exigido obediencia. La gran respuesta que hoy tienes de tus ciudadanos se debe a que araste y abonaste como el mejor campesino la tierra que ahora cosechas: suspendiste el pago de hipotecas y dotaste de internet a todas las familias que no podían pagar ese servicio para que siguieran comunicados y, también, que no murieran del aburrimiento.
Económicamente el gobierno ha sacado la cara por sus ciudadanos, y eso siempre se agradece. Ya vendrán tiempos mejores.
Y, aun cuando fracasaran tus planes y no lograras eliminar al coronavirus, no tienes empacho en reconocer que pasarías a tu plan B: la mitigación que inicialmente desdeñaste. Con la ventaja de que, si ese momento llega, tu población estará más que capacitada para continuar con el plan hasta que pase la tormenta o llegue algún tratamiento que acelere la resolución de la pandemia.
Pareces llamada a ser uno de los “Stalingrados” con los que chocará el coronavirus, y estoy seguro de que de ti aprenderemos mucho cuando todo termine y el SARS-CoV-2 sea historia.
Tu manera de responder, junto a la de otros países que también lo están haciendo bien, sentarán las bases sobre cómo el mundo deberá de reaccionar cuando nuevas amenazas microscópicas ataquen con furia a nuestra especie.
Porque, lamentablemente, llegarán.
Gracias, Nueva Zelanda.
Luis Enrique Zamora Angulo, médico internista egresado del Nuevo Hospital Civil de Guadalajara, se dedica desde 2013 activamente a la divulgación en medicina. Desde su fanpage de Facebook, su canal de YouTube “Doctor Humano” y su podcast “Medicina de andar por casa” -que produce él mismo-, comparte información confiable explicada de una manera amena y sencilla, entendible para todo público.
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Referencias:
https://edition.cnn.com/2020/04/09/asia/new-zealand-lessons-intl-hnk/index.html