Este aumento de la prevalencia podría estar provocado por otra variante de diabetes, tipo 1, de la que se desconoce su origen y que no es posible prevenir. Esta variante se caracteriza por una insuficiencia en la producción de insulina, a diferencia de la de tipo 2, en la que el organismo no utiliza eficazmente la insulina que produce.
Los últimos estudios científicos se han centrado en las diferencias genéticas que provocan la alteración del sistema inmunológico (diabetes tipo 1) y la disfunción metabólica del hígado (diabetes tipo 2). No obstante, un estudio realizado recientemente por investigadores de la Universidad de Lovaina, en Bélgica, muestra que existen diferencias genéticas en las células beta, encargadas de producir insulina.
La investigación, publicada en Nature Genetics, seleccionó dos grupos de ratones. El primer grupo tenía células beta frágiles y deficientes en la reparación de daños en el ADN, mientras que el segundo grupo contaba con células betas resistentes a estos daños. Se observó que, en el primer caso, los ratones desarrollaban diabetes rápidamente cuando sus células eran expuestas a estrés. Sin embargo, en el segundo, los ratones no desarrollaban diabetes a pesar de recibir un estrés celular extremo, pero sí la desarrollaban aquellos que, aun siendo genéticamente más fuertes, eran alimentados con una dieta rica en grasas.
Liston, director del estudio, señala que "aunque la genética es realmente el factor más importante para el desarrollo de la diabetes, nuestro entorno de alimentación puede jugar también jugar un papel decisivo. Los ratones, incluso con células beta genéticamente superiores, terminaron siendo diabéticos cuando aumentamos la grasa en su dieta".
Según el autor, la dieta podría prevenir el desarrollo de esta enfermedad crónica independientemente de la predisposición genética y, gracias a esta investigación, ya es posible desarrollar y “probar, por primera vez, nuevos medicamentos antidiabéticos que se centren en la preservación de las células beta”.