La Agencia Mundial Antidopaje y el Comité Paralímpico Internacional ya conocen este método y han llevado a cabo investigaciones para detectar nuevos casos. “Los deportistas son conscientes de los riesgos para su salud que conlleva la automutilación, aun así, calculamos que el 16,7 % de los participantes en las pasadas olimpiadas admite haber recurrido al boosting para mejorar su rendimiento durante el entrenamiento o la competición”, afirma la Agencia Mundial Antidopaje en un comunicado. La automutilación no es solo una trampa deportiva, sino que puede desencadenar un problema grave de salud.

Según señala la organización, los deportistas que recurren a esta práctica pueden sufrir hiperreflexia autónoma, una urgencia médica conocida entre las personas paralizadas y que les puede afectar en su vida cotidiana tras una simple lesión, herida o inflamación. Esta afección provoca un brusco aumento de la presión arterial que puede desencadenar, en los casos más graves, un ataque cerebral o cardiaco mortal. “Este método es excesivamente peligroso puesto que no es controlable”, asegura Jean-Claude Druvert, doctor y jefe médico de la delegación francesa que participó en los juegos de Río.

Por ello, el CPI prohíbe esta práctica desde el 2004 y señala que competir en un estado de hiperreflexia autónoma, sea intencionado o no, pone en peligro la salud de los atletas, además de ser también una manera de mejorar el rendimiento. En los Juegos Paralímpicos de Pekín 2008 se realizaron 37 controles y en Londres 2012, otros 41, sin que se registrase ningún caso. Pero en Rio, tras el análisis en profundidad de datos de 160 atletas en los últimos años, el CPI decidió aumentar los controles antidopaje y desde entonces se prohíbe participar a cualquier atleta con una tensión superior a 160 mm Hg, por los 180 mm Hg de antes.