El desarrollo experimental de la vacuna contra la malaria se ha basado en la modificación genética de los parásitos plasmodium falciparum que originan la enfermedad, de forma que no tienen 3 genes necesarios para que se produzca la transmisión con éxito y cause la enfermedad. Según indican los investigadores, se estima que en 2015 se produjeron 200 millones de infecciones y medio millón de muertes por malaria.
Los parásitos debilitados (GAP, por sus siglas en inglés) son incapaces de multiplicarse en el hígado humano, primer órgano que afectan, pero su presencia activa el sistema inmunológico de manera efectiva y crea defensas que protegen al individuo de una infección real de malaria. De esta forma, no sería necesario emplear la atenuación completa del virus, técnica habitual en el desarrollo de vacunas en la que se cultiva el virus durante años hasta que pierde la virulencia.
Se trataría, por tanto, de un “enfoque único” en la lucha contra enfermedades parasitarias. La muestra escogida ha sido pequeña (10 voluntarios), pues se trata de un ensayo en fase I, pero la vacuna contra la malaria (GAP3KO) muestra un “perfil favorable de seguridad”. Según explica Sebastian Mikolajczak, científico principal del CIDR y líder del proyecto GAP, que subraya que, tras una única administración, se observó una fuerte respuesta inmune contra el parásito.
Los voluntarios se sometieron a una exposición de entre 150 y 200 picaduras de mosquitos portadores de la malaria. Todos los sujetos mostraron resultados negativos de infección en los análisis de sangre realizados, así como anticuerpos específicos para la malaria, motivo por el que los autores del estudio respaldan que esta técnica podría ser utilizada como modelo de vacuna contra la malaria en un futuro no muy lejano.