La enzima responsable del “apagón” sería la llamada RIPK1, cuyo comportamiento anormal incide en los oligodendrocitos e interrumpe la producción de mielina, despojando así a los axones de esta sustancia gelatinosa que los protege. Estos hallazgos, publicados en la revista Science, no solo aclaran los mecanismos de las lesiones axonales, sino que también podría proporcionar una estrategia paliativa.

La cadena degenerativa podría frenarse mediante la inhibición de la actividad de la RIPK1. Para ello, los científicos proponen el uso de necrostatin-1, una sustancia química que ya ha ofrecido resultados positivos en pruebas de laboratorio: en este entorno, las células nerviosas con ELA respondieron positivamente al tratamiento.

En un segundo experimento, el tratamiento con necrostatin-1 se llevó a cabo en modelos de ratón con daño axional y debilidad en las patas traseras, un síntoma similar a la debilidad muscular característica de las primeras etapas de la esclerosis lateral amiotrófica en humanos. La sustancia consiguió restaurar la vaina de mielina en los axones y resolver la debilidad en las extremidades de los roedores.

OPTN, el gen “responsable”

Tras observar la presencia de defectos en el gen de la optineurina (OPTN) en varios pacientes de ELA -tanto en su forma hereditaria, como esporádica-, los científicos diseñaron un experimento para discernir hasta qué punto esta partícula genética se encuentra involucrada en el desarrollo de la enfermedad.

Al analizar al microscopio las células de médula espinal de ratones alterados genéticamente para carecer de OPTN, observaron una cantidad de axones muy reducida e inflamación en los pocos que estaban presentes, así como signos de deterioro en la mielina. El examen de células espinales humanas ofreció imágenes similares en pacientes con ELA.

En este punto, los expertos observaron que las cantidades reducidas de OPTN se relacionaban directamente con niveles anormalmente altos de RIPK1. “Fue como ver las huellas químicas de la muerte celular que habían dejado a su paso el RIPK1 y sus secuaces”, ejemplifica el autor del estudio, Junying Yuan, en declaraciones a la revista Science.

“El gen OPTN parece mantener bajo control el comportamiento de la enzima, pero sin esta ‘supervisión’ el RIPK1 se descontrola y causa daños”, añade. Sin embargo, la optineurina no es la única “responsable” de la vigilancia, ya que en otras cepas de ratón con ELA, las neuronas mostraban altos niveles de RIPK1 y mutaciones en el gen SOD1.

Mientras se llevan a cabo nuevas investigaciones, Yuan y su equipo ya han aventurado que la enzima RIPK1 podría estar implicada también en otras enfermedades de tipo neurodegenerativo caracterizadas por el daño axonal, como la esclerosis múltiple, algunas formas de atrofia muscular espinal e, incluso, el alzheimer.